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Marzo 30, 2019 22:41 hrs.

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La Palabra de Dios

31º De Marzo 2019

IV Domingo de Cuaresma




Primera lectura
Jos 5, 9a. 10-12
En aquellos días, el Señor dijo a Josué: ’Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto’.

Los israelitas acamparon en Guilgal, donde celebraron la Pascua, al atardecer del día catorce del mes, en la llanura desértica de Jericó. El día siguiente a la Pascua, comieron del fruto de la tierra, panes ázimos y granos de trigo tostados. A partir de aquel día, cesó el maná. Los israelitas ya no volvieron a tener maná, y desde aquel año comieron de los frutos que producía la tierra de Canaán.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7
R. (9a) Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Bendeciré al Señora todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Proclamemos la grandeza del Señor,
y alabemos todos juntos su poder.
Cuando acudí al Señor, me hizo caso
y me libró de todos mis temores.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Confía en el Señor y saltarás de gusto,
jamás te sentirás decepcionado,
porque el Señor escucha el clamor de los pobres
y los libra de todas sus angustias.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Segunda Lectura
2 Cor 5, 17-21
Hermanos: El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo.

Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación. Porque, efectivamente, en Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es como si Dios mismo los exhortara a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios.

Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo ’pecado’ por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor


Aclamación antes del Evangelio
Lc 15, 18
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Me levantaré, volveré a mi padre y le diré:
’Padre, he pecado contra el cielo y contra ti’.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio
Lc 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: ’Éste recibe a los pecadores y come con ellos’.

Jesús les dijo entonces esta parábola: ’Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ’.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

Introducción
Ya próxima la Pascua, las lecturas de este cuarto domingo de cuaresma acentúan la idea del retorno, siempre acompañado de conversión, que consiste en la renovación del corazón para vivir con más entusiasmo la fe.

Tras un largo y fatigoso caminar por el desierto, el pueblo elegido llega desde la dura esclavitud de Egipto al umbral de la tierra prometida, para iniciar una historia nueva.

La parábola del hijo pródigo describe el viaje de cada persona, también del discípulo de Cristo, desde la lejanía del pecado o, simplemente, desde la apatía y la rutina para gozar del encuentro con el Padre. Este retorno se realiza transitando el camino que el mismo Padre ha abierto a la humanidad, Cristo Jesús. Es un camino amplio, abierto a todos. Por ese camino, que es el mismo Cristo, va el hijo pródigo que, reconociendo sus malos pasos, decide levantarse y volver. En este hijo está representado el género humano; en él estamos todos.

Mientras hacemos nuestro camino cuaresmal, la liturgia de la Iglesia nos ofrece esta hermosa parábola del hijo pródigo para que podamos gustar con agradecido corazón la grandeza de la misericordia de Dios hacia la humanidad y, por tanto, hacia cada uno de nosotros. Un mensaje especialmente cercano al corazón de Jesús quien, con gran fuerza, desea dejarlo patente ante quienes le criticaban entonces y a sus equivalentes de todos los tiempos.

Fr. Pedro Luis González González
Convento del Santísimo Rosario (Madrid)

Comentario al Evangelio
Fernando Torres cmf


La fiesta del perdón

En el camino de la Cuaresma, la conversión es uno de los elementos esenciales. Convertirse es dejar los caminos que nos llevan a la perdición y encontrar el camino correcto, el camino que nos lleva al Padre, que nos hace encontrarnos con los demás como hermanos y hermanas, que nos hace sentirnos en casa. Convertirse es volver a la casa del Padre.

La parábola del Evangelio de hoy nos habla precisamente de la conversión del hijo pródigo. Se había ido por otros caminos. Y, sin darse cuenta, se había extraviado y había derrochado lo mejor que tenía: el amor de su familia, el cariño de su padre, la seguridad que da el sentirse querido. Creyó que podía vivir por su cuenta. Estaba seguro de que con sus propias fuerzas podría conseguir todo lo que se propusiera. Y se encontró con el fracaso. Menos mal, que hundido en su pena, se dio cuenta de lo que tenía que hacer: volver a la casa de su padre. Su vuelta supuso reconocer su equivocación.

Hay que notar que, cuando el hijo pródigo piensa en volver, prepara unas frases. Se las dirá a su padre para pedirle perdón: ’Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros’. Pues bien, cuando el hijo llega a la presencia del padre, empieza a decir las frases que tenía pensadas. Pero el padre le corta. Lo que es más importante, no le deja terminar. Y así desaparece la última frase de las que el hijo pródigo tenía preparadas: ’Trátame como a uno de tus jornaleros’. No sabemos si no la llegó a decir o si el padre no la quiso oír. Porque lo que prima en el encuentro entre el padre y el hijo es la alegría, el gozo del padre.

A partir de ese momento, el protagonista de la parábola es el padre. El hijo es tratado como si no se hubiera llevado su parte de la herencia. Como si no la hubiera derrochado. Como si no se hubiese portado pésimamente con su padre y con su familia. Como si nada hubiera sucedido, el padre pide que se celebre una gran fiesta en la casa. Es la alegría del perdón, del reencuentro. Porque para el padre lo más importante es tener a la familia unida.

Para nosotros, Cuaresma sigue siendo una oportunidad para convertirnos. No hay que preparar muchas frases. Dios se va a poner muy contento de que volvamos a casa. Va a preparar una fiesta. ¿Por qué sentimos temor ante él? No hay ninguna razón. Él sigue saliendo todos los días al camino para ver si nos acercamos. ¿No estamos cansados ya de comer algarrobas pudiendo comer el banquete de amor y felicidad que Dios nos tiene preparado?



Para la reflexión

¿Qué significaría para mí en concreto convertirme, cambiar de vida? ¿Qué tengo que hacer para acercarme al Padre? ¿Soy capaz de perdonar a los que me han ofendido con la misma generosidad con que Dios me perdona y acoge?

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Este hijo mío estaba perdido y lo hemos encontrado

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