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Noviembre 21, 2019 20:59 hrs.

José García Sánchez › diarioalmomento.com

Política ›


La represión en Bolivia tiene signos de magnicidio. Se escoge a los jóvenes para evitar la reproducción del sector indígena, que es el más agraviado en este momento luego del golpe de Estado contra Evo Morales.


Quieren acabar con las raíces de su propio pueblo de las que no están excluidos y sólo los diferencia la capacidad de consumo y el color de la piel. Porque desde la perspectiva de la autonombrada presidenta, los indígenas que protestan en las calles son poco menos que delincuentes.


A la delincuencia haya que desaparecerla, nunca dicen erradicarla, saben que golpeando en los más jóvenes la reproducción es más lenta y que pueden sacudir en algunos años, la presencia de quienes les recuerda que tienen el mismo origen.


Porque para los mestizos no hay mejor manera de olvidar de dónde vienen que desapareciendo la referencia étnica de la que forman parte. Con esa convicción que se convierte en dogma de fe, crean el ambiente propicio para el golpe de Estado contra Evo Morales, la OEA se presta a secundar la idea de un fraude electoral que no ocurrió y la salida del primer presidente indígena en la historia reciente de América Latina se lleva a cabo, más como un acto de redención de la raza superior que como la defensa a una democracia que acababan de asesinar.


De inmediato los medios de la región acostumbrados a tener entre sus clientes a personajes también renegados de sus raíces, colocan las dudas del fraude electoral en el lugar de las dudas históricas; es a partir de esa difusión que cada quien elige trinchera y partido.

Ahora hay quienes aseguran que hubo fraude, a pesar de las pruebas de lo contrario, los hay, por increíble que parezca, quienes, desde México, reconocen la legitimidad del gobierno golpista, encabezado por Jeanine Áñez, por extraño que parezca.


El líder del PAN en el país se apresuró a reconocer a Jeanine Áñez, como la mandataria legítima de ese país sudamericano, seguramente con todo lo que esto implica, tomando en cuenta que es la represión y la violencia el único método de gobernar desde que asumió el poder.


Derrocar a Evo Morales luego de que ganó las elecciones, no deja de lado la obsesiva fijación de algunos mexicanos por la reelección. No superan el trauma de Porfirio Díaz ni pueden despojarse de la posibilidad de que haya reelección en la Presidencia de la República dentro de cinco años. Esta preocupación no les permite ver con claridad la realidad del presente, mientras están entrampados con las trampas históricas del pasado y las posibilidades fantasiosas del futuro.


Desde la condena irracional de una reelección que en otros países es el pan electoral de cada día, las críticas se redoblan par apegar colateralmente a lo que consideran un gobierno similar al actual en México. Desde luego, con la idea fija de la raza superior de por medio.


Pegarle a Evo Morales, es para algunos, pegarle también a la Cuarta Transformación como si las maneras de gobernar fueran una enfermedad contagiosa. A Evo Morales algunos en México le dan la espalda tratando de exorcizar no un golpe de Estado sino la posibilidad de un gobierno indígena.


Porque si de golpes de Estado se trata partidos como el PAN sería el primero en impulsar y, desde luego, en asumir.

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Golpe exterminador de Estado

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