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Junio 28, 2018 01:13 hrs.

Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Periodismo ›


Chuy Garza Arocha, El Charro, amigos de esos que jamás se olvidan, era gran narrador de dichos y hechos. Él me contó lo que en seguida cuento.

Cierto tío suyo sintió llegado el tiempo de renunciar a su ya larga soltería. Comenzó, igual que don Guido el de las coplas de Machado, a pensar que pensar debía en asentar la cabeza. Pero no quería a cualquier pelandusca para hacerla su esposa. ’La mujer por lo que valga, no por la nalga’, dice el sapientísimo refrán. Es decir, se ha de escoger esposa por sus cualidades y no por la prominencia de sus rebles.

Se propuso entonces buscar entre las mozas casaderas del lugar a una que fuese mujer de su casa, hacedera y hacendosa. Para saber si lo era, cuando saludaba a alguna muchacha le examinaba disimuladamente las palmas de las manos por medio de un discreto tacto. Quería ver si tenía callos, indicador seguro de que la joven sabía de la escoba y el trapeador, del coleador y del plumero, de la alta garrocha con la que se quitan las telarañas de los techos.

Ninguna de las doncellas superaba la secreta prueba: las manos de todas eran suaves y delicadas, como de princesa. Bien se conocía que no tenían más empleo que el de las labores de pitiminí.

Por fin el solterón encontró a una muchacha que cuadraba con sus aspiraciones. Al tocarle las manos sintió en ellas fuertes callosidades que proclamaban faenas de la casa. Después del obligado cortejo, y tras un corto noviazgo, se casó con ella.

¡Oh, decepción! La mujer le salió floja, galbanosa. Se levantaba tarde, y si movía la mano era para tapar la boca en el bostezo. La casa era un desastre por la dejadez de la dueña. Todo andaba patas arriba; todo estaba en el desorden y en el abandono.

Muy enojado fue el recién casado a presentar por mal protesta ante el papá de la muchacha. Le dijo que era muy güevona.

-Y entonces ¿por qué se casó con ella? -preguntó amoscado el suegro.

-Porque le sentí callos en las manos -respondió el quejoso-, y pensé que los tenía por trabajadora.

-Se equivocó -le dijo el padre de la holgazana-. Los callos se los hizo de tanto estar agarrada de los barrotes de la ventana viendo a los hombres que pasaban.

La sabrosa historieta que me contó aquel amigo queridísimo, El Charro Garza Arocha, es aleccionadora. Nos enseña a no creer en apariencias.

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Historia de un matrimonio

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