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Junio 27, 2022 01:03 hrs.

Fernando Irala › tabloiderevista.com

Política ›


En los días en que la cifra de homicidios durante el sexenio superó la acumulada en administraciones completas anteriores, el absurdo de dos sacerdotes jesuitas en la sierra tarahumara se convirtió en una potente aunque muy tardía voz de alarma ante el desastre que arrastramos a lo largo del siglo en materia de violencia y criminalidad.
El simbolismo de que se privara arteramente de la vida a dos hombres que en nombre de Dios habían entregado su existencia al servicio y en defensa de los rarámuris, tocó fibras muy sensibles en México y en el mundo entero.
Desde el papa en el Vaticano, pasando por Europa y Asia, hasta las naciones del continente americano, la noticia causó estupor e indignación. Aquí también, por supuesto, donde se escucharon expresiones de hartazgo y de condena.
Pero en nuestro país ya sabemos de qué lado masca la iguana, y estamos ciertos de que, por lo menos en este gobierno, nada mejorará en materia de seguridad ni en Chihuahua ni en el resto del territorio nacional.
Según confesó la recién llegada gobernadora chihuahuense, la simple recuperación de los cuerpos de los religiosos requirió de un ’esfuerzo extraordinario’. Como en la actualidad todo se sabe, se conoce el nombre y se tienen fotografías del jefe de la mafia que controla la región. Aprehenderlo es otra historia. Corre hasta la conseja de que las fuerzas de seguridad lo ubicaron y lo rodearon en los días siguientes a la matanza, pero que ’de arriba’ llegó la orden de no molestarlo.
Puede que sea sólo un invento, pero lo cierto es que la consigna oficial es la de abrazos y no balazos, y que desde Palacio Nacional se ha reiterado que una preocupación gubernamental es el cuidado de los delincuentes.
Las cifras nos muestran que vivimos los tiempos más sangrientos desde la Revolución Mexicana, y que no se ve el fin cercano de esta pesadilla.
La razón es simple, los criminales matan a quien quieren y como quieren porque gozan de fuero, de impunidad.
En el caso de Cerocahui, el manto protector del Estado ya ha caído sobre ellos. Puede citarse un elemento guía. Las redes sociales se han llenado de la indignación y la condena por supuestos agravios a la familia presidencial.
Un formidable distractor. De los jesuitas y de la angustia que se vive en decenas de miles de hogares mexicanos, lo que sigue es el silencio.

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Impunidad y distractores

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