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Septiembre 26, 2024 00:05 hrs.
Armando Ríos Ruiz › tabloiderevista.com
Política ›
El primero de octubre tomará posesión Claudia Sheinbaum, como primera presidenta de este país, para continuar al píe de la letra la obra de quien se convirtió en su maestro y guía un buen día que fue presentada con él, con el supuesto de que se trataba de una científica emergida de la Universidad Nacional Autónoma de México, aunque jamás había mostrado esa cara de su formación.
No se es científico por el sólo hecho de estudiar una carrera de ese tipo. Se es cuando se dedica toda una vida a la investigación y se aporta el material descubierto a través del tiempo. Obviamente empleando la herramienta adquirida en las aulas. No es lo mismo decir que ella es científica, que decirlo de sus padres, de quienes se sabe, dedicaron su vida, tanto a la indagatoria constante y suficiente, como a la enseñanza de todo el acervo adquirido.
Lo que se sabe de ella es que, cuando era estudiante, formó parte de un grupo de los llamados porros, en los que conoció a Carlos Ímaz, su futuro marido, y junto con el continuó en esa senda hasta llegar formalmente a las actividades políticas fuera de la escuela.
Uno de sus biógrafos asegura que gracias a su orientación en las ciencias naturales y en la sustentabilidad, fue presentada al actual Presidente, quien buscaba a alguien que tuviera un plan sustentable para la Ciudad de México y ahí arrancó su futuro. Se antoja pensar que, ante la profunda ignorancia y a la falta de capacidad mental del tabasqueño, como lo describen muchos que lo conocieron de cerca, cualquier aportación al respecto debió impresionarlo bastante.
Con toda la confianza del macuspano depositada en ella, la nombró secretaria del Medio Ambiente del Distrito Federal y su carácter, siempre sombrío, contribuyó a convencerlo de que podía ser depositaria de sus más profundos secretos políticos, como el blindaje de los gastos ejercidos para la construcción de los puentes, que la señora conoció a profundidad.
Claudia jamás peleó con nadie para convertirse en la favorita del Presidente. No tuvo que lidiar absolutamente con nadie para ser la futura presidenta de México. No discurrió ningún plan para disputarle absolutamente a nadie su derecho a la sucesión. Pero hay que reconocer que sí imaginó el plan más productivo. El que la colocaría hace muchos años en la delantera de todos. Sin despertar la mínima sospecha de lo que había logrado.
Ni siquiera Marcelo Ebrard, quien siempre fue considerado por los mismos mexicanos como el sucesor con más derechos, por su inteligencia. Por haber cedido su lugar en otras ocasiones, en lugar de aceptar las candidaturas a las elecciones frente a Felipe Calderón o a Enrique Peña Nieto.
No llegó, porque no ofreció la confianza suficiente para permitir el poder tras el trono.
Claudia sólo hizo una cosa que le valió la misma Presidencia de la República: conquistó el corazón del tabasqueño. Conquistó absolutamente su confianza, como la segura sucesora que aceptaría todo. Lo que le fuera impuesto. Para esto, tuvo que traicionar a su propio marido, cuando recibió dinero de Carlos Ahumada. Lo dicen muchos.
Lo dice Elena Chávez en su libro El rey del cash.
De ahí en adelante sólo fue cuestión de imitarlo. De repetir sus declaraciones. De avalarlas y de repetir sus mentiras y hasta intentar hablar lo más parecido a él. En los sentimientos de un hombre profundamente pagado de sí mismo. Narcisista hasta la pared de enfrente.
Convencido de ser el mejor hombre parido sobre la faz de la tierra y auténtico líder de la clase más ignorante de México, los desplantes de Claudia eran miel en su más recóndita apreciación.
Pero muchos connotados psicólogos aseguran que ella es peor.
Podrá no ser más inteligente, pero sí mucho más autoritaria y esta conducta la ha exhibido, sin querer, en muchas ocasiones.
Principalmente a raíz de convertirse en la candidata favorita del gran jefe de jefes.
Hay que recordar sus desplantes en los debates.
Su regaño a Alfonso Durazo.
O cuando se presentó en el programa Tercer Grado, de Televisa.
ariosruiz@gmail.com
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