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Octubre 28, 2024 00:08 hrs.
Armando Ríos Ruiz › tabloiderevista.com
Política ›
Aún no ha cumplido siquiera un mes en la Presidencia y la señora Sheinbaum ya ha dado demasiadas muestras de su incapacidad. De lo grande que le queda la silla. De no saber hacia dónde voltear para encontrar las respuestas correctas y, al contrario, de decir lo primero que se le viene a la cabeza, aunque se trate de meros disparates, o de lo que no tiene que ver con el tema de que se trata. La velocidad de mente y la inteligencia no son lo suyo.
Antes de tomar posesión, sus simpatizantes que buscaban acomodo en algún lugar del gobierno, la llenaban de incienso con aquello de que es científica y de que contaba con una preparación sólida. De su paso por la universidad, en donde cursó una carrera y obtuvo un doctorado. Pero estas alabanzas no encontraron eco, porque no da muestras de saber, a secas. Si alguna vez esperamos muestras de una cultura mediana, su hora de la verdad fue decepcionante y a estas alturas, cada día se desdibuja más.
He escuchado opiniones en el sentido de que si realmente fuera honesta, como ha presumido, no debió aceptar ese cargo tan importante, que demanda la presencia de una persona con dotes de estadista. Con preparación abundante en temas del estado. Con una experiencia probada en los quehaceres de las actividades políticas. Con una inteligencia sobrada para solucionar los grandes problemas que hoy, como nunca, aquejan al país.
Sin duda, ya tenemos muchos sexenios caminando al revés y cuando hemos pensado que ya lo vimos todo, resulta que siempre hay más, pero hacia el fondo. Ocurrió con Fox, quien mostró a los mexicanos que era un verdadero improvisado o como dicen por ahí, una especie de chivo en una cristalería. Felipe Calderón medio compuso la carrera del declive sexenal, pero Enrique Peña fue el acabose de la improvisación.
Se decía que la Presidencia le importaba un comino. Que lo único que lo había alentado a llegar al cargo, era la experiencia del poder y, obviamente, las inmensas cantidades de dinero que podía obtener. Fue tan evidente en esto, que su paso por la alta investidura provocó un hartazgo como nunca y acabó por desdibujar al partido que lo llevó al triunfo.
Eso coadyuvó para que Morena arrasara en las siguientes elecciones, pero para desgracia de este país, con un candidato que ofreció un disfraz. Todo lo prometido fue una mentira monumental. Usó la bandera de amor a los pobres. Los programas sociales con dádivas en efectivo y la repetición insistente de su lucha contra la corrupción, que muchos se tragaron y que aún defienden.
Preparó el camino para dejar la Primera Magistratura en manos de una persona más preparada que él, pero menos inteligente. Si él no lo es, la que lo sustituyó es dueña de un coeficiente aún más bajo. El gran mérito de esa persona es la obediencia ciega. No tiene idea de cómo gobernar, porque lo ha dejado bastante claro. Lo que sí sabe es obedecer al pie de la letra.
Dijo en una mañanera que nadie se burla de los mexicanos, por lo que ocurrió en Harvard y a ella le toca defender a su pueblo, pero de supuestamente 36 millones que votaron a su favor. El resto, casi 100 millones no se acordó de ella. Además, las risas que provocó la exposición del ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, Sobre la Reforma Judicial, provocó la burla, pero de las decisiones del jefe de jefes mexicano y como consecuencia, de ella. De nadie más.
Y para avalar lo que dijimos líneas arriba sobre su inteligencia, preguntó por qué Harvard no investiga a la Suprema Corte, sobre los amparos que violaban la Constitución, o sobre la liberación de delincuentes. Pues de una vez que investigue los abrazos. Por qué no se les persigue. Por qué se les alienta. Por qué se les ha permitido crecer sin control. Y por miles de fallas más.
Si la misión de Harvard fuera investigar y tuviera que hacerlo en México, tendría demasiado trabajo de lo ocurrido en menos de un mes. Ariosruiz@gmail.com
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