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Marzo 17, 2015 12:40 hrs.

Mario Andrés Campa Landeros › diarioalmomento.com

Biografías ›


Hay cosas que marcan nuestras
vidas desde la niñez y jamás se olvidan

“¡Métase a su casa, chamaco! Vienen los gitanos y se lo llevan...”.
Hay cosas que jamás se olvidan. Las amenazas. El grito de mi madre para que no saliéramos a la calle a jugar. Nos causaba miedo. Era casi idéntico a ¡Ahí viene el viejo! o ¡Se los va a llevar el hombre del costal!
Eran gente rara los gitanos. Vestían en forma extraña. No sabíamos de dónde venían ni a dónde iban. Llegaban al barrio, principalmente las mujeres, con sus largas y amplias faldas. Usaban unas sandalias y cubrían sus cabezas con una especie de paliacates, adornados con varias monedas que colgaban sobre su frente... Recuerdo sus cinturones anchos. Se metían en las vecindades y trataban de hablar con las jóvencitas para leerles la palma de la mano -la cercana al corazón-. “¡Chula, ven, te diré tu presente, tu pasado y tu futuro! ¿El costo?, “lo que tu mano santa quiera darme y lo que tu corazón te permita”.
Las gitanas siempre andaban de dos en dos y con sus barajas listas para ocuparlas en cualquier momento... Eran hermosas, fuertes, altas, muy altas... ¿o nosotros eramos chiquitos, muy chiquitos?
Sus trajes multicolores nos llamaban mucho la atención. Su sonrisa era bella y atraía a la gente. Siempre había una o dos muchachitas que querían saber lo que les deparaba el destino.
Cerca de la vecindad tenían su casa las gitanas. Era una accesoría que alguien les alquilaba y ahí estaban con sus esposos y sus hijos, muchos hijos. Eran un clan.
La gente aseguraba que los gitanos hombres eran ladrones o personas que ganaban dinero en forma deshonesta. Nuestros padres nos llenaban la cabeza con ideas, según, para que no tuvieramos jamás trato con ellos. Se les veía como apestados.
Las gitanas tocaban sus panderos y bailaban en los patios de las vecindades para atraer a la gente. Recibían unas cuantas monedas. No tenían trabajo fijo. Hablaban diferente a toda la gente.
Era el inicio de 1950.
Los clanes de gitanos también vivían en circos y viajaban por todo el país para proyectar películas en los pueblos.
(Una leyenda cuenta que una mujer gitana robó el cuarto clavo de la crucifixión y, con este acto, le evitó mayor sufrimiento a Cristo. En agradecimiento, Dios los hizo su pueblo favorito y les permitió las andanzas libres por el mundo).
Recuerdo también que había un gitano famoso en el barrio. A los chiquillos nos gustaba rodearlo para ver su espectáculo. Andaba con un oso gigantes y lo hacía bailar al ritmo de un pandero muy grande... le hablaba en no sé qué idioma y el animal parado en sus patas traseras se movía y los niños aplaudíamos... gozábamos, reíamos... Corríamos al lado de nuestras mamás para pedirles dinero y entregárselo al hombre que vestía una chamarra de cuero ya muy herida por el tiempo, atada a su cintura con una cinta de cuero. Su pantalón era color café y mostraba signos de pobreza extrema... Ah, y su sombrero de cuero con unos cascabeles colgados alrededor del ala le daban un aire de hermitaño de la vieja Rusia.
Luego, pasado el tiempo, disfruté viendo en un cine, una película que me gustó mucho. El galán era Pedro Infante; la primera actriz, Sarita Montiel, “Gitana tenías que ser”.
Tiempo después, viajé a Rusia y me impresionó ver que las telenovelas mexicanas eran todo un éxito en ese lugar. Comprobé, además, que una de esas series mexicanas paralizaba totalmente la ciudad. La gente paraba de trabajar y de hacer cualquier cosa por ver: “Yesenia”.
El argumento: La vida de una gitana, protagonizada por la consagradísima actriz de la época Fanny Cano y el reconocido primer actor Jorge Lavat, junto a las actuaciones estelares de Irma Lozano, Alicia Rodríguez, Augusto Benedicto, María Douglas, Magda Guzmán, María Teresa Rivas, Raúl “Chato” Padilla, Juan Ferrara, entre otros.
Me decían los rusos: ¿Méxicano? ¡Yesenia! ¡Yesenia!. Tal vez pensaban que los mexicanos eramos gitanos.
Los gitanos han desaparecido. Sus descendientes ya no sienten orgullo de serlo. La historia de ellos, en mi mundo, aquí queda. Los recuerdos nos mueven sentimientos.
Ahora sólo hay mexicanos y mexicanas tarotistas farsantes.
¡Cosas veredes, Chonito!

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L@s Gitan@s

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