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Diciembre 30, 2019 02:33 hrs.

Efrén Ernesto García Villalvazo › diarioalmomento.com

Medio ambiente ›


Lo sé, lo sé. El primer pensamiento será que ya va a venir un aguafiestas a echar a perder uno de los eventos estelares y más vistosos de fin de año en el puerto de Acapulco –y en el resto del mundo también--, pero, la verdad, es que es una incongruencia que contrasta crudamente con el espíritu ecologista recién fortalecido con juventud a nivel mundial.

Donde la heroína moderna, Greta Thunberg, nos recuerda con expresión sombría que muy poco se hace para reconocer siquiera la crisis climática que vivimos.

La pólvora es la principal actriz de este evento que se lleva a cabo durante 24 horas a nivel global, sincronizado por el inicio del día local en cada uno de los diferentes países, siendo México, por su posición geográfica, uno de los últimos territorios en los que se prende la mecha para cumplir con este ritual bárbaro con el que nos asemejamos a la leyenda marca Disney de los lemmings que corrían como loquitos para arrojarse por un acantilado y morir ahogados en el mar.

Sin ir más lejos, en la Conferencia de las Partes 25 en Madrid -una de las más largas y esperadas de la historia puesto que ahí se vería como implementar en el año 2020 los Acuerdos de París con respecto a emisiones, países y compromisos- no se llegó a acuerdos fundamentales, muy a pesar del que el lema de la reunión fue la etiqueta #Tiempo para Actuar.

Apenas quince días después, con la celebración de la gala pirotécnica mundial demostraremos que esa preocupación sombría no es más que una acomodaticia simulación para compartir en redes sociales.

En este mundo de datos consultables por internet ejercitémonos calculando el carbono que se emite a la atmósfera al quemar pólvora negra, en el entendido de que el deterioro de la atmósfera es de consecuencias más inmediatas para la vida que el efecto estático del plástico en el mar o su inclusión dinámica en cadenas alimenticias oceánicas.

Del oxígeno del aire solo podemos prescindir a lo más un par de minutos.

Se dice que la pólvora fue inventada en China por taoístas que buscaban –irónicamente- una fórmula para la inmortalidad.

Fuerzas militares chinas la usaron contra mongoles en la frontera norte de su país casi de inmediato, llegando después a Medio Oriente y de ahí a Europa alrededor del año 1200 D.C., donde revolucionó la guerra como hasta ese momento se había conocido.

La mezcla, aunque ha variado y se ha modernizado, se ajusta cercanamente a la fórmula milenaria compuesta por 75% de nitrato de potasio, 10% de azufre y 15% de carbón.

El azufre al quemarse produce compuestos que en presencia de agua –humedad del aire- se convierten en ácido sulfúrico, que al precipitarse como lluvia ácida altera suelos, ríos, lagos y el mismo océano.

¿Hemos oído que el mar se está acidificando y alterando la formación de corales y el desempeño en producción de oxígeno del plancton?

Esta es una de las causas principales junto con los compuestos nitrogenados que se forman al quemar salitre y el propio bióxido de carbono al diluirse en el agua.

El carbón al ser quemado produce monóxido y bióxido de carbono, siendo el último identificado como uno de los más importantes gases de efecto invernadero (GEI) en una proporción aproximada de 3.12 toneladas de bióxido de carbono por cada tonelada de carbón quemado.

Si asumimos que cada tonelada de pólvora tiene un 15 % de carbón, eso querrá decir que por cada tonelada de pólvora quemada se arrojan a la atmósfera no menos de 468 kilogramos de bióxido de carbono, además de cantidades ingentes de partículas menores a 2.5 micras, las cuales tienen un efecto nefasto al depositarse en los pulmones.

No dejemos de mencionar los compuestos químicos que tiñen de colores los bellos despliegues de estrellas artificiales por el cielo tal como el cobre (azul), litio o estroncio (rojo), antimonio (amarillo), aluminio (blanco) o el bario (verde) los cuales tienen efectos nocivos sobre plantas, animales y humanos sobre los que caen a manera de lluvia minutos después y durante días después de dispersarse explosivamente por el aire.

Asunto que confirmamos en este inicio de año al formarse sobre la bahía más bella del mundo una espesa capa de sucio humo amarillento.

Las mascotas y pequeñas especies silvestres además se ven afectadas con las explosiones que sus agudos oídos les hacen parecer terroríficas e intolerables.

El resto del ejercicio será multiplicar las toneladas de pólvora quemadas por 0.468, cada uno de manera local, para conocer la cantidad de bióxido de carbono en toneladas que se emitió a la atmósfera durante estos minutos de alegría desbordada causando un pico en la concentración de carbono atmosférico a manera de la consabida nalgada de bienvenida al año nuevo.

Quiero pensar que el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (o lo que quede de él) tendrá que elaborar un balance de lo que hemos ’ahorrado’ con propuestas institucionales y de la sociedad civil en emisiones de GEI en el año pasado para enfrentarlo contra lo que emitimos en nuestra gala de fin de año a nivel nacional.

Sin olvidar el punto crítico aumentado con la quema de azufre precursor de la lluvia ácida en nuestro territorio, el cual es un asunto poco contemplado y menos aún regulado, pero que ahora queda claro es de importancia estratégica para cualquier país.

Queda en el futuro –y en nuestra conciencia ecologista de moda- que de la misma forma que hemos renunciado al popote y a las bolsas de plástico en los supermercados renunciemos ahora a las galas pirotécnicas masivas a nivel nacional e internacional.

Recordemos que respirar no es opcional y menos en estos días.

#TiempoDeActuar

* El autor es oceanólogo (UABC), ambientalista y asesor pesquero y acuícola. Promotor de la ANP Isla La Roqueta y el Corredor Marino de Conservación del Pacífico Este Tropical, además de impulsor de la playa ecológica Manzanillo en Acapulco.

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