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Septiembre 21, 2015 17:01 hrs.

Lilia Cisneros Luján › diarioalmomento.com

Periodismo ›


Una colorada (vale más que cien descoloridas)
Contar con elementos que nos permitan reconocernos, como base de un desarrollo tendiente a la madurez, es parte de lo que se denomina identidad. Desde la infancia se aprende a distinguir la idea del Yo y los otros.
Un individuo empieza a comprender quien es cuando está consciente de su esencia: como humano –frente a otros seres vivos del llamado reino animal- miembro de una familia –nuclear y ampliada lo cual incluye abuelos, historia genealógica etc.- y por supuesto parte de lo social tal cual sería la nacionalidad. Perder la memoria –por algún evento catastrófico o por la acción perversa de alguien -como se supone ocurría en la Alemania de Hitler- de alguno de estos elementos, da como resultado la imposibilidad de reconocerse a sí mismo.
En derredor de esto es que la lucha de las abuelas en Argentina cobra trascendencia[1].
La ausencia de identidad, es mucho más frecuente de lo que podríamos imaginar en pleno siglo XXI, casi cúspide de la civilización y época marcada por la preponderancia de la información. Miles de adolescentes en el planeta han sido imposibilitados de desarrollar un nivel óptimo de intimidad, aun cuando cuenten con un nombre –incluidos apellidos- fecha de nacimiento y determinación de nacionalidad[2] La identidad nacional propicia un sentimiento de pertenencia –histórica, cultural, de costumbres, espiritualidad o idioma- particularmente importantes de analizar en un momento de migración inaudita sobre todo de poblaciones asiáticas y africanas hacia el continente europeo o los archipiélagos del hemisferio sur. ¿Qué tipos de sentimientos: amor –en extremos de idealismo hasta orgullo o añoranza de lo propio- temor al rechazo –catalizado por el fatalismo, la victimización, el temor y hasta el odio irracional- o negación, produce la migración en niños que cursando su etapa infantil son testigos de la violencia activa o pasiva? ¿Puede imaginar a un ser humano, que teniendo las ventajas de una lengua, religión y raza adquiridas, se ve forzado a ignorarlas o negarlas, en aras del interés de alguno de quienes le cuidaban? ¿Cuántas veces ha escuchado que los mexicanos con ciudadanía americana son más “perros” con los turistas mexicanos que los americanos güeros?
Arrancar elementos de nacionalidad, no es simple ¿Hacer de lado signos explícitos tales como la bandera, el escudo, la moneda, los himnos y hasta los equipos deportivos aun cuando esto sean perdedores, es lo más obvio pero no lo trascendente. Históricamente los imperios y los países colonizadores, empiezan por diezmar poblaciones –Portugal con los indígenas de brasil- convertir a los sobrevivientes en objeto –africanos de color que al final del día luego de su esclavitud ignoran de que parte del continente llegaron- y en el caso del mestizaje iniciar toda una campaña de minusvalía, como ocurrió en México con los hijos de indias violadas que igual eran repudiados por los padres que por los miembros de la colectividad de la madre. ¿Será este principio el que replican autoridades irresponsables y solapadoras de pordioseros profesionales como los organilleros?
El conjunto de poderes necesarios para decidir libremente las condiciones económicas y sociales de los ciudadanos es parte de lo que constituye la identidad nacional. A eso apela el señor Trump, cuando pide el voto para ser designado candidato de los republicanos en los Estados Unidos y perder tal condición es lo que impele a gobiernos como el húngaro, para levantar bardas y patear inmigrantes. ¿Están conscientes estos personajes de cuáles fueron las circunstancias que les llevaron a este grado de “violadores de los derechos humanos” del otro? Uno de los temas que más atoraron el arribo a la Unión Europea, fue justamente el de la identidad nacional identificada por cierto con el contendido de soberanía nacional; características que no se trasfieren a la Unión por los estados miembros y cuya construcción parte de los estados nación del siglo XIX como consecuencia la Revolución Francesa en 1789.
En México, como nunca antes, las generaciones infantiles y juveniles debieran rescatar los Sentimientos de la Nación[3]. Ellos, al igual que muchos adultos, tienen el derecho a saber que en México ha sobrevivido una de las culturas, -históricas y jurídicas- más ricas del continente americano. Que mexicanizar no es solo aglomerase en una plaza para repetir como robots ¡Viva México! aun cuando en la proclama de quien dirige la fiesta haya errores garrafales, como vitorear a personajes que no fueron parte de la independencia. Cada mexicano, mestizo en su mayoría, debe saber que un TLC no convierte a su país en la parte más despreciable del continente –el patio trasero como se empeñan en grabar en nuestras mentes- y que somos un pueblo trabajador y no dormilón envuelto en un sarape y oculto en un gran sombrero. Sentirnos orgullosos de lo que somos no solo es tema de canciones vernáculas para demostrar que podemos vencer a los oficiales de la migra, sino la posibilidad de argumentar y hasta cambiar el rumbo pretendido por los paladines de una globalización materialista, inequitativa e inhumana que busca borrar las distintas identidades nacionales. Seamos mexicanos capaces de superar las taras que pudieran ser aprovechadas por los enemigos -Internos y externos- de México. Apoyémonos –pueblo y gobierno- frente al enemigo; seamos tolerantes con las diferencias; firmes con las demandas; solidarios con el otro aun cuando sea distinto; aplicados si se trata de defender lo nuestro[4] y justos cuando de dar a cada quien lo suyo se imponga.


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[1] No se trata solo de recuperar a un descendiente en el sentido egoísta de que “es mío” sino el darle la oportunidad a un ser humano a contar con una identidad auténtica y no implantada.
[2] A veces esta se determina de forma consanguínea, y no siempre por el lugar donde se ha nacido. La doble nacionalidad aprobada recientemente como algo legal en la mayoría de los sistema jurídicos de diversos países impone a los adultos responsables del cuidado de los menores de edad, la obligación de ser más explícitos, respecto a esta circunstancia y se considera una vulneración a los derechos infantiles, el no hacerlo, ocultar algo o manipular hacia una de la vertientes que el padre, madre o tutor impongan
[3] José María Morelos y Pavón
[4] No se trata de prohibir a los jóvenes del universo usar las palabras stop o play, sino darles la oportunidad de entender lo que otro idioma significa aunque no a costa de su propia lengua.



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