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Septiembre 11, 2022 20:27 hrs.

Fernando Irala Burgos › tabloiderevista.com

Política ›


Cuando se creó la Guardia Nacional, la reforma constitucional fue aprobada por unanimidad porque se asentó que se trataba de una institución de carácter civil, que contaría con el apoyo y el respaldo de las fuerzas armadas, pero que no estaría subordinada a éstas.
Un trienio después, una nueva reforma que no toca a la Constitución, convierte a la Guardia en una dependencia de la Defensa Nacional.
Resuelto así por el Congreso, en realidad la historia no ha concluido, pues lo que vendrá es la impugnación de esta nueva legislación ante el Poder Judicial, que deberá resolver lo previsible, lo que cualquier estudiante de Derecho sabe: en caso de contradicción entre una norma superior y una de menor rango, prevalece lo dispuesto en la ley mayor, en este caso la Constitución.
Mientras ello ocurre, el mal está hecho, y a partir de que se publique, lo aprobado estará en vigor.
En el fondo el tema de la seguridad pública no está resuelto en el país, y no lo ha estado desde que el crimen organizado empezó a enseñorearse en vastas zonas del territorio nacional, y a imponer su ley y sus costumbres en la vida diaria de las comunidades.
En los gobiernos del siglo pasado, el problema venía creciendo pero se mantenía bajo ciertos parámetros de control, que de cuando en cuando hacían crisis.
Al iniciarse la presente centuria, el gobierno de Vicente Fox actuó con absoluta irresponsabilidad, bajo la premisa de dejar hacer, dejar pasar.
En el siguiente sexenio, Felipe Calderón hizo de la guerra al narco una de sus principales banderas. Todo indica que ya era demasiado tarde.
Peña Nieto pasó de desarticular ese combate a su reposición, con el resultado de que violencia se recrudeció.
Este sexenio arrancó con la divisa de ’abrazos, no balazos’, y ante el evidente fracaso de la estrategia, hoy se opta por una militarización vergonzante, que ni siquiera se atreve a pronunciar su nombre.
Mientras tanto, la delincuencia domina cada vez un mayor espacio e impone sus leyes y su autoridad.
El escenario no podría ser más triste.

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