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Junio 20, 2020 22:29 hrs.

Jesús Yáñez Orozco › diarioalmomento.com

Deportes ›


+Con ese resultado, hace 42 años, el equipo anfitrión pasó a la final y vence a Holanda

+’Nunca hubo una prueba contundente que demostrara que el partido fue comprado’, dice Johnny Rep, excrack de Naranja Mecánica

+Extraña visita del dictador Rafael Videla y Henry Kissinger –exsecretario de Estado de EU- al vestuario de visitantes

Ciudad de México, (BALÓN CUADRADO).– Pervive lastimoso, fantasmal, dardo envenenado en el corazón en un pueblo, 42 años después, aquél 21 de junio, ponzoña de la duda que infestó la entraña del balón. Pesadilla insepulta… desde el áspid que simbolizó la dictadura militar Argentina –1976-1982— a la sombra bífida de FIFA, que comandaba Joao Havelange. Hubo quiénes, enfebrecidos de balón, loaron la dudosa hazaña deportiva.

Por eso, fue uno de los partidos más polémicos –por el veneno que destila a la fecha en el cuerpo del balón–, de que se tenga memoria, en los anales de copas del mundo, que agudizó la toxina verde olivo: al término de la genocida tiranía hubo más de 30 mil muertos desaparecidos.

Mientras la pelota rodaba sobre el inexorable verde de las canchas, en los sótanos dantescos de la infernal dictadura, había sangre, asesinatos, tortura. Jóvenes, en su mayoría, de quienes nunca se supo –más de 300 a la fecha– su paradero. Simpatizantes de izquierda –acariciaban el sueño del ofídico socialismo cubano– que simbolizaba quimérica vacuna contra la cicuta capitalista. La emblemática figura de Ernesto Guevara, el impostado Che, arengaba su pensamiento libertario.

Aquella polémica noche del 21 de junio, lo impensable, se hizo realidad: escándalos goleada 6-0 con la que Argentina venció a Perú y pasó a la final del Mundial 78 contra la incontenible Naranja Mecánica, pese a no contar el pitagórico Johan Cruyff. Y disparó, por llamativa, un sinfín de sospechas, algunas más sostenibles que otras. Y que con alimento del imaginario colectivo.

Y pervive más de cuatro décadas después.

Y calan hipótesis conspirativas, enquistadas con más fuerza.

Por ejemplo:

Envío, por parte de la tiranía castrense, de dos contenedores de trigo a Perú, el pase de Rodulfo Manzo a Vélez Sarsfield, la nacionalidad argentina de origen del arquero Ramón Quiroga, el soborno –se habla de 50 mil dólares– a seis integrantes del equipo rival, la liberación de presos políticos, la intempestiva visita del dictador Jorge Rafael Videla y Henry Kissinger –exsecretario de Estado de Estados Unidos– al vestuario visitante, la formación que decidió el DT Marcos Calderón…

Cinco años antes el maquiavélico Kissinger, con la fríamente endemoniada sonrisa colgada de sus labios, había obtenido el Premio Nobel de la Paz en 1973, gracias al alto al fuego que logró establecer en Vietnam. Cese de hostilidades, fue una suerte de eufemismo diplomático para no reconocer la vergonzante derrota en esa fratricida guerra. Que representa, a la fecha, una de las mayores afrentas para la Casa Blanca.

Kissinger –97 años de edad–, de acuerdo con versiones periodísticas, fue el ariete, ideólogo, como secretario de estado, de la temible Operación o Plan Cóndor, con que se conoció la letal coordinación, con Estados Unidos, de acciones represivas, y mutuo apoyo, contra organizaciones de izquierda, entre las infamantes cúpulas de regímenes dictatoriales del Cono Sur: Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y, esporádicamente, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.

Más que para asistir al mundial, acudía para comprobar la eficacia de la bota miliar sobre la yugular del pueblo argentino en el marco de la fiesta futbolera.

Poliédricas dudas, por razonables que parezcan, en torno a ese polémico juego, permanecen en el tiempo y la necia memoria.

Aunque nunca hubo una prueba contundente que demostrara que el partido fue comprado o «sobornado», como reconoció al portal argentino Télam.com, Johnny Rep, excrack de la selección holandesa.

«Se dijo que los militares apretaron a los jugadores peruanos en el vestuario, que se retribuyó el favor de Perú mandándoles barcos con trigo y maíz, pero nunca saltó una prueba, una foto un testimonio que lo confirmara», atajó, muchos años después, el ex delantero argentino Mario Kempes, autor de dos goles esa noche de oscura gloria.

El partido se jugó el 21 de junio en el estadio Gigante de Arroyito, de Rosario, sede a la que el seleccionado nacional debió trasladarse, tras finalizar en el segundo puesto del Grupo 1 de la fase inicial del certamen. Tenía capacidad para 40 mil aficionados. Pero ese día, se calcula, había 50 mil.

Argentina, que venía de superar a Polonia (2-0) y empatar 0-0 con Brasil, debía ganar por al menos cuatro goles para acceder a la final. Perú había perdido sus dos partidos con esos mismos rivales y ya estaba eliminado. Entonces participaban 16 equipos.

El partido de Argentina comenzó más tarde que el que Brasil le ganó a Polonia (3 a 1), lo que lo obligaba a vencer por cuatro goles. Eran horarios pre-establecidos que los brasileños pidieron modificar. Pero la FIFA –curiosamente con Havelange, su compatriota al frente– se opuso por cuestiones de derechos televisivos.

Allí, en los instantes previos al encuentro, sucedió lo más extraño, impensable: el tenebroso comandante de la Junta Militar, Videla, y Kissinger, acudieron al vestuario visitante.

«La presencia de Videla en nuestro vestuario fue terrible’, reconoció años después Juan Carlos Oblitas, delantero peruano.

’Algunos, acaso intimidados, dejaron de cambiarse para escucharlo. Yo, con más experiencia, seguí en lo mío, detrás de una pared, apenas lo oía hablar. No quería que nada interrumpiera mi concentración», agregó.

Secundó su compañero de equipo Héctor Chumpitaz:

«Videla se paró ante nosotros y nos dio un discurso en el que llamó a la hermandad latinoamericana y nos deseó suerte. Yo personalmente no lo sentí como una presión, pero con lo que habíamos escuchado Videla daba un poco de miedo.»

Videla posteriormente pasó con Kissinger por el vestuario argentino y llamó a los jugadores de Menotti «a ganar el campeonato».

El Gigante de Arroyito explotaba.

Y fue estruendoso silencio cuando, a poco de comenzar el encuentro, Juan José Muñante entró al área, definió de pique y cruzado ante la salida de Ubaldo Matildo Fillol y la pelota dio en el palo derecho del arco argentino.

Y también cuando Teófilo Cubillas desperdició minutos más tarde un claro mano a mano. El estallido de la hinchada se dio recién a los 21 minutos: primer gol de Mario Kempes.

A partir de allí, el seleccionado de César Luis Menotti fue letal aplanadora ante el arco rival.

«(…) Convertimos seis. Y para conseguirlos generamos el doble de situaciones de gol. No podemos aseverar que estemos seis goles arriba de Perú, aunque en nuestras últimas confrontaciones los hemos superado ampliamente, siendo locales y visitantes’, comentó el cronista Juvenal en la revista argentina El Gráfico.

’No sabemos si, estando Perú en posición más expectante, podíamos haberlo goleado con tanta amplitud. Nadie podrá saberlo. (Pero) ningún gol nos vino de regalo», lanzó el periodista.

Apenas finalizado el encuentro, Claudio Coutinho, DT de Brasil (la goleada argentina le había impedido pasar a la final), se preguntó ante la prensa, con una negra sombra de duda en sus tres palabras:

«¿Qué pasó acá?»

Los medios de su país hablaron de escándalo, de vergüenza, de arreglo…

Creció la duda.

Desde ese momento empezaron a instalarse las sospechas. Lo que sucedió, lo verificable, a partir de distintas investigaciones (entre ellas el libro «Fuimos Campeones», del periodista Ricardo Gotta), fueron las relaciones «comerciales y amistosas» entre las dictaduras de la Argentina y Perú, ambas parte del «Plan Cóndor».

El jefe de la delegación visitante era Francisco Morales Bermúdez, hijo del presidente de su país (del mismo nombre); y, como publicó Gotta, poco tiempo después del Mundial, Videla distinguió con la Orden del Libertador General San Martín en el Grado Gran Cruz al Ministro de Guerra de Perú, General de División Pedro Richter Prada.

Durante el partido había ocurrido otro episodio cierto, en este caso vinculado a una interna de la dictadura argentina: en el momento del cuarto gol (el que clasificaba al seleccionado nacional a la final del certamen), explotó una bomba en la casa de Juan Alemann, secretario de Hacienda, y uno de los funcionarios que más se habían opuesto, por el costo, a la organización del Mundial.

«Alguien sabía que Argentina haría cuatro goles», sostuvo luego Alemann.

Todas las hipótesis restantes son aún materia incontrastable: la liberación de 13 presos políticos peruanos por parte de la dictadura (como denunció el ex senador incaico Genaro Ledesma Izquieta), pugnas internas en el plantel de Marcos Calderón, el pedido de seis titulares para que el DT no alineara al arquero Quiroga por su condición de argentino, el llamado a la habitación de Manzo antes del encuentro y su posterior pase a Vélez Sarsfield, el incentivo de Brasil, las acusaciones cruzadas de soborno.

En todo caso, como escribió en aquel momento el diario español La Vanguardia:

«Fue un partido irreal, del que los brasileños dirán que los peruanos estaban comprados o que los argentinos jugaron bajo los efectos de sustancias dopantes.’

Y remata:

’Cualquier hipótesis es posible».

La fantasmagórica duda, amarga sospecha, de aquel infausto juego, siempre ensombrecerá el título de los chicos de César Luis Menotti, a la sombra de la asesina fiesta del balón y balas.

Y donde, los hombres de verde olivo, fueron campeones de la muerte.

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Perviven fantasmagóricas dudas cómo Argentina goleó a Perú, en Mundial ‘78

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