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Enero 06, 2014 10:53 hrs.

Fernando Irala Burgos › diarioalmomento.com

Periodismo ›


En estos momentos, los niños ya saben si los Reyes Magos les complacieron con los juguetes que esta vez les pidieron.
Para los adultos, en cambio, probablemente el escenario no es tan claro.
Contra la ilusión generalizada, el año que terminó fue de parálisis y estancamiento, de tal forma que el natural deseo de mejoría hubo de aplazarse y esperar tiempos mejores.
Hoy, la renovación del calendario hace abrigar la esperanza de bonanza y bienestar. Los tiempos obligan al optimismo.
Pero no es tan simple que al dar vuelta a las hojas del almanaque automáticamente las cosas vayan a ir bien. Sobre todo, que vayan bien en el futuro más inmediato.
La derrama extra de dinero que tiene lugar en diciembre por el efecto de la paga de aguinaldos, fondos de ahorro y otras prestaciones que se acumulan al final del año, hace que en ese mes crezca el consumo, el empleo temporal, y se genere una engañosa sensación de prosperidad.
En sentido contrario, tradicionalmente se habla de las primeras semanas del año como “la cuesta de enero”. Para entonces se ha acabado el efectivo agregado, se han terminado también las vacaciones, y la vuelta a la realidad puede ser incluso muy cruda, con deudas acumuladas, los precios al alza y los sueldos en las mismas.
Ahora mismo, el salario mínimo se ha incrementado en menos de tres pesos, pero anticipándose a ello el boleto del metro subió el 66 por ciento, y muchos bienes y servicios han sufrido aumentos como consecuencia de las nuevas normas fiscales, además del proceso inflacionario moderado pero constante en toda la economía.
Después de un año de discusión y aprobación de diversas reformas legales que en teoría detonarán el crecimiento de la producción y el empleo, ese resultado si se suscita no será tan rápido, pues por un lado faltan por instrumentarse muchas otras leyes, las llamadas secundarias, que hagan realmente operables los cambios realizados, y luego habrá que esperar a que esas transformaciones ocurran en los ritmos que necesitan los procesos, no en el que quisiéramos que se presentaran.
Así que sin ánimo de echarle a perder la fiesta a nadie, todo parece indicar que 2014 puede ser mejor que el año que se ha ido, pero aún estará lejos de la plenitud para todos que en los brindis decembrinos nos deseamos mutuamente.

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¿Será feliz el año nuevo?

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