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Agosto 11, 2015 14:09 hrs.

Mario Andrés Campa Landeros › diarioalmomento.com

Cultura ›


El edificio del Instituto Mexicano del Seguro Social, en Paseo de la Reforma, sufrió un cambio radical. Se ve desde la entrada a sus instalaciones. Las puertas giratorias, la atención en el módulo de información, la vigilancia y el control del personal son una muestra más de esa transformación. Y no es propaganda.
Ese día visitaba a mi gran amigo y periodista, Oliverio Duque, director de Comunicación Social del Instituto. En ese momento se encontraba atendiendo en su oficina a unos funcionarios. Esperé unos minutos. Terminó sus asuntos y salió acompañado de la gente con la que dialogó momentos antes.
Su secretaria me pasó a la oficina de Oliverio y eso sirvió para disfrutar de la vista maravillosa que tiene su oficina, hacia Paseo de la Reforma; el camellón, una fuente de metal y una jardinera envidiable con flores multicolores. Recorrí con la vista el altero de libros, revistas y papeles sobre su escritorio. Pero, algo llamó completamente mi atención y fue un escrito enmarcado de aproximadamente un metro de altura y una cuarta de ancho que estaba en el piso, recargado en una de las paredes de la oficina. Leí la primera parte del poema…
“Son estas manos,/ las que escriben,/ las que despeñan las palabras/ en gotas de cascada, fruto del aire maduro, verbos de noche y de lluvia,/ racimos despedazados/ sobre la piel del planeta.”
-¿Es una vista preciosa, verdad?, dijo Oliverio al entrar.
-Sí, eres muy afortunado.
Inmediatamente le pedí una copia del poema “Son Estas manos” que tenía ahí en su oficina. Rápidamente, me tomó del brazo y me dijo: Te voy a presentar al autor, está aquí y trabaja con nosotros.
Así fue como conocí a Sergio Hernández Gil, al presentarme comentó que ya había oído hablar de mí. Me hizo sentir apenado. Le pedí una copia de su poema y con gusto me la entregó.
Por esa misma causa quiero compartir con ustedes la experiencia que me causó leer su bello escrito: “Son estas manos”.
“Son estas manos, /las que escriben, /las que despeñan las palabras/ en gotas de cascada, fruto del aire maduro, verbos de noche y de lluvia, /racimos despedazados/ sobre la piel del planeta.
“Son estas manos que construyen sueños/ y versos ardorosos de amor y desamor, /las que ruedan por caminos polvorientos/ y vuelan desnudas, como ángeles del tiempo. / Son estas manos, tan pobres y nostálgicas, /las que un día de abril –en naciente primavera-, /rompieron la crisálida y bebieron el néctar/ de tus labio, mirándose en tus ojos taciturnos.
“Son estas manos también, las que labran, /las que cortan los suspiros a la tierra/ y arrancan de cuajo el acero de las minas; / enredaderas del destino, palomas mensajeras, /manos que tiemblan al sentirse cerca.
“Son también manos que piensan, y en la incendiaria flama de una idea/ truecan dolor por esperanza, y al sañudo mundo aman/ en la curva de tus caderas, /por debajo de tu falda/ y en el fondo malvasía de tu mirada, /pozo profundo a la mitad del mar.
“Son estas manos, encarnadas, /las que escriben, si las miras, manos como todas, palpables/ sensibles al calor y al frío, /palmeras en el húmedo soto/ de tu bajo vientre, manos que veneran o que clavan/ el puñal cuando acarician.
“Manos con dedos y con uñas, /manos, simples manos, como todas, de barro y de granito, humanas, erradas, imperfectas, /son manos nada más, como las tuyas.
“Manos que aman y que roban/ el fuego a los Dioses para alumbrar/ y dar calor al agua que llega de los polos; /ansiosas manos que beben la nube/ que brota de tus labios interiores. Y así de esta manera, beso tras beso/ al infinito Universo de tu sexo, /amar hasta morir acaso en el esfuerzo/ de alcanzar lo que tu quieras; /el sueño, el sueño que despierto/ te imaginas y deseas.
“Son manos, instrumentos vitales, lo mismo una pintura/ que un edificio de mil pisos/ con piscina en cada uno, /lo mismo en la batuta/ que en la fábrica de armas/ o en la tienda de Shamir, /el vendedor de almas.
“Manos que acarician y que matan/ casi siempre por la misma causa, /por un pedazo de pan, de tierra/ o por nostalgia y libertad.
“Manos, nervios de la tierra/ en que pisamos, manos de Egipto, /pirámides, ejemplos gigantes, /monstruosos, mito de mitos explicables/ por el poder de las manos.
“Reflejo claro del alma, las manos son una fuente, el estallido, el principio, la idea original de la creación, /la leve caricia y la herida en el ala/ Remolino en el vuelo por la vida/ que vuelca con su viento/ el crisol en que se forjan y nutren corazón, temple, calidad y carácter.
“No importa el tamaño de las manos, /escriben lo que ven y lo que sienten, /y deslizan en la piel el pensamiento/ que amarrado a un beso/ en cada yema de los dedos, /recorre el cuerpo/ y lo estremece a cada tacto.
“Son estas manos que saludan/ y que agitan su emoción con un pañuelo, /n los toros, el fútbol y en el hipódromo; las que vibran.
“Son manos nada más/ las que empuñan los rifles/ y jalan el gatillo, /las que abren la zanja/ y entuban el río.
“Pero también son manos, /las tuyas, las mías, /las nuestras, /las manos de todos: las del bisturí/ y las del herrero,/ las que trazan las líneas/ y pintan un deseo.
“Son manos que se posan/ en el filo del agua, /n el amor de una rosa.
“Son manos que aman, /como las tuyas, /como las mías.
“Son manos que hablan/ con el rígido tremor de la palabra, /del esfuerzo compartido, /del trabajo y del juego/ en que libera tu risa/ de campana cristalina.
“Son ojos para el ciego, /para el mudo, voz y verbo.
“Manos, tan solo manos/ las que adiós se dicen/ y se estrechan para siempre/ en la lápida del viejo.
“Manos de recuerdos.
“Manos para todos/ dijo Dios, y nos dio la luz/ del pensamiento, la razón matemática y el cuento/ de vivir en que creemos.
“Manos libres de cadenas.
“Manos, fogata de los hijos, /hogar y familia son las manos/ que forjan la historia de los pueblos, /manos abiertas como libros/ y brazos extendidos como ramas, /que atrapan el éter de tu alma/ en el fresco rocío de la mañana.
“Manos que acunan, manos de madre.
“Son estas manos, las que escriben, /como todas esas que nombramos, /humanas, sensibles al calor y al frío,/ manos que aman, que son luz y agua,/ manos, nada más, como las tuyas.
El calor del tacto
“En cada surco de la palma de las manos/ vive el hombre, el poderoso amo/ de la máquina y la fábrica, /del químico secreto/ que guarda en cada átomo/ la razón del Universo/ y el paso silencioso, /el titubeante tropezón/ y el seguro brinco/ de Neardenthal a la era de los cosmos.
“En esos recuerdos vagos de la Historia/ el de la voz, el que canta y el que habla/ en cada espacio que hay entre las venas/ y en cada músculo y cartílago de unas manos, /las tuyas o las mías, cualesquiera, vive el hombre, el de la idea, /la razón y el sentimiento.
“Ahí, en ese minúsculo mundo, /el de la célula o el del átomo, /o en el de la uña del dedo de una mano/ o en el planeta Tierra extraviado en el espacio, /está el hombre, la inteligencia, /capaz de medir en sueños la distancia/ del sol hasta la luna o viceversa.
“Y en esas manos, /como las tuyas o las mías, / miras el claroscuro de la vida, /miras también al Universo/ y cobras conciencia de que existes.
“Y entonces te preguntas, / ¿qué hago yo aquí sentado, /mirando estas manos?, /y me pregunto otra vez: / ¿para qué sirven?
“¿Qué he hecho con ellas/ que valga la pena?
“Y diga, tal vez sólo estas líneas/ y el mito inventado, recreativo, lúdico, /de un poema.”
¡Y pensar que son estas manos!

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Son estas manos

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