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Noviembre 02, 2015 23:07 hrs.

Mario Andrés Campa Landeros › diarioalmomento.com

Religión ›


Veneración

“No tendrás dioses ajenos delante de mi,
ni te inclinarás a ellos ni los adorarás”

Mario Andrés Campa Landeros

¡Lo hace la droga y el alcohol!
Viene con su morral sobre el hombro. Duda mucho para cruzar la calle, pero después de algunos segundos decide hacerlo. Hace varios giros con su cuerpo y logra esquivar gran número de automóviles en Paseo de la Reforma. La gente lo mira con espanto. El grito se ahoga en sus gargantas. Todos esperan el inminente accidente...
El agente de tránsito manipula el semáforo.
La distancia entre el camellón y la banqueta se hace lejana, pero al final, la vida gana una batalla más sobre la muerte.
Va sucio, barba crecida, mugre de días que se pierden en el olvido, incrustada en el cuerpo como una costra protectora. Un pantalón, envidia de la moderna juventud; roto por todos lados. Huecos que hacen ver sus flacas piernas; piel llena de mugre toca directamente al cuerpo. Camina sin ver, sin detenerse en nada concreto. Habla solo, ensimismado. Masculla algo inintelegible. El viento lo acompaña. Deambula por la ciudad sin destino. Esa ciudad que lo vomita, lo envuelve y lo repulsa. La gente se hace a un lado a su paso. Lo evita. Su presencia asusta, atemoriza, produce asco entre las personas que esperan el autobús. Sus pies descalzos, callosos ennegresidos por el tiempo sin calzado, cruzan la avenida y se dirigen hacia la explanada de Francisco Zarco, junto al “milagro de la virgen” del azulejo de Avenida Hidalgo.
El vendedor de periódicos ni lo mira.
Los pasajeros del Metro salen a la calle sin notar su presencia. Está convertido en un fantasma urbano que a nadie importa, pero el singular personaje ahí está.
Va borracho o drogado. Pensando o soñando. No se sabe.
Avanza con dificultad... De pronto habla con claridad para sí mismo. Se detiene. Mira hacia el norte, hacia donde está la Basílica, La Villa, la glorieta de Peralvillo. ¡Se persigna!
La gente lo mira con extrañeza.
El hombre camina hacia el norte y queda frente a una de las pequeñas estatuas del camellón poniente de la ampliación Reforma. Es la figura de Guillermo Prieto. La ve, la admira en toda su dimensión. Recorre el bronce con la mirada. ¿lee o sólo mira la placa? La limpia con su mano sucia. Da la impresión de querer grabarse cada una de las palabras ahí escritas.
Toca letra por letra. Luego queda pensativo. Se persigna y se hinca. Así está varios segundo. ¿Estará orando! Una plegaria sin destino. Palabras que nadie escucha. La gente sonríe al pasar ante tal actitud. Otros, simplemente lo ignoran. Sigue ahí, adorando a un héroe de la Patria. Para él tan sólo un santo.
¡Cuánto amor!, pensé.
La luz roja del semáforo desaparece y da paso a la luz verde. Cruzo la calle. Veo por último al hombre levantar los brazos y mirar al cielo. Pienso, da gracias al Señor por sus males.
¡Qué hombre!
El mundo para él ha muerto, pero Dios no.

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Veneración

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