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Noviembre 06, 2014 23:42 hrs.

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IGUALA, GUERRERO, (Al Momento Noticias).- En la madrugada del 1 de junio de 2013, secuestrado, maniatado y torturado, Nicolás Mendoza Villa vio cómo el entonces alcalde de Iguala, José Luis Abarca Velázquez, detenido ahora por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, mataba de un tiro en la cabeza a su rival político, el ingeniero Arturo Hernández Cardona, líder de Unidad Popular, un movimiento de defensa de los campesinos.

Nicolás Mendoza Villa pensó que él sería el siguiente en morir.

“Sólo pedí que arrojaran mi cuerpo cerca de una carretera para que mi familia pudiera hallarlo”, recuerda. El destino le deparó otra suerte. Cuando le trasladaban para asesinarle, pudo escapar a través del monte. Desde entonces es un fugitivo en su propia tierra. El narco ha puesto precio a su cabeza.

Mendoza ha tenido que abandonar Iguala, dispersar a su familia y vivir en la miseria. Su casa ha sido saqueada dos veces por los sicarios. Sabe que le buscan para matarle. Es el único testigo que, antes de la tragedia de los estudiantes desaparecidos, se atrevió a declarar contra Abarca y revelar su vínculo con el narco. Un testimonio clave que sirve de base a la acusación de la Procuraduría General de la República contra el regidor, por el asesinato de Hernández Cardona y que pesa en su orden de detención.

Entrevistado por Jan Martínez Ahrens, para el diario español El País, señaló que horas después de la captura del alcalde y apoyado por organizaciones humanitarias, decidió hablar por primera vez con un periodista. Lo hizo a duras penas pues no confía en nadie. “En esta vida solo me queda huir”, dice.

Originario de Chilpancingo, Guerrero, trabajó durante años como agricultor antes de ponerse al servicio del ingeniero Hernández Cardona como chófer. La tarde del jueves 30 de mayo de 2013 conducía una camioneta por la carretera de Iguala. Junto a él y Hernández Cardona viajaban seis miembros de Unidad Popular.

Venían de uno de sus actos de protesta contra el alcalde Abarca, cuando un Jeep les cortó el paso.

Seis hombres armados bajaron y les apuntaron. Les hicieron descender. Nada más pisar el asfalto, el ingeniero, un político con fama de indomable, recibió un balazo en la pierna derecha. No querían resistencia. Luego vinieron siete tiros al aire y la orden de volver al coche. Empezaba el secuestro.

Los sicarios les condujeron, maniatados, hasta un paraje en las afueras de Iguala. No estaban solos. En el lugar había otros secuestrados. Las torturas dieron comienzo esa misma noche.

Primero, un interrogador les inquiría uno a uno. “Quería saber por qué hacíamos pintadas, por qué atacábamos al alcalde, por qué habíamos bloqueado las casetas de la carretera…”. Acabadas las preguntas, un sicario les golpeaba con un tubo de hierro en las rodillas. A veces, les azotaba con un látigo de alambre. Los surcos negros que Mendoza Villa luce en los brazos, lo atestiguan.

El calvario se prolongó el viernes. Ese día dejaron de tener dudas sobre su destino. Tres de los secuestrados que encontraron al llegar fueron asesinados. “A uno le cortaron la cabeza con un machete”, explica. Esa noche hizo su primera aparición el alcalde Abarca. Vestía unos pantalones ajustados negros, un jersey igualmente oscuro y ceñido, y una gorra. Le acompañaba su jefe de policía. “Nos miraban mientras nos golpeaban, sin decir nada, solo bebiendo cerveza”. Abarca volvería de madrugada, a otra sesión de tortura. Fue entonces cuando se acercó al líder de Unidad Popular. Le ofreció un botellín de cerveza. El ingeniero lo rechazó. A unos 10 metros había unas fosas que los sicarios habían excavado esa tarde. Todos sabían lo que significaban.

“Abarca ordenó que llevaran al ingeniero a la fosa. Allí le empezó a decir: ‘¿Por qué me pintas el Ayuntamiento, eh? Ya que tanto me estás chingando, me voy a dar el gusto de matarte”.

Hernández Cardona intentó permanecer de pie, callado. “Vi cómo Abarca le apuntaba a la cabeza, en la mejilla izquierda, y le disparaba. Una vez caído en la fosa, le volvió a disparar”. Tras el crimen, una fuerte lluvia se derramó sobre aquel paraje. El pánico se apoderó del resto de secuestrados. Uno de ellos, Rafael Banderas, intentó huir. Fue alcanzado y liquidado. El resto se apretujó bajo la lona que les protegía del aguacero que caía. Aún no era su hora.

Esta pareció llegar al día siguiente, cuando los sicarios les metieron en un Jeep con los cadáveres del ingeniero y Banderas.

“Estaban preocupados, en el pueblo había empezado nuestra búsqueda y querían alejarse”. Se dirigieron hacia un basurero de Mescala. Al descender, otro secuestrado, Ángel Román Ramírez, aprovechó un descuido de los dos sicarios que les custodiaban para escapar. No llegó muy lejos. Cayó a mitad de carretera. Los narcos se acercaron a paso lento a matarle. Fue entonces cuando el resto vio la oportunidad y se lanzó al monte. “Me metí entre los árboles, escuché seis disparos, pero no paré, creía que me alcanzaban, pero no me persiguieron. Pasamos ocho horas ocultos, hasta que paramos un coche que nos llevó a Iguala”. Allí se dispersaron. Los otros no han vuelto a aparecer.

Solo Mendoza Villa se ha atrevido. Con ayuda de la viuda de Hernández Cardona, prestó declaración jurada de lo ocurrido. El asesinato del ingeniero y sus compañeros levantó una polvareda.

Los normalistas atacaron el Ayuntamiento de Iguala. La Procuraduría inició algunas pesquisas. Al final, nadie hizo nada.
Mendoza Villa tiene 44 años, esposa y cuatro hijos. Durante su narración, varias veces, ha dudado en seguir. Teme a Abarca y lo que significa, incluso preso.
—¿Y a Iguala piensa volver algún día?
—Jamás. Eso es el infierno.

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Vi a Abarca disparar en la cabeza al ingeniero Hernández: Nicolás Mendoza Villa

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