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Diciembre 02, 2015 10:43 hrs.
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La vi venir. Su silueta me impresionó y me mareó. Venía caminando por media calle con un sujeto que la abrazaba. Se despedían y reían. Quizá recordaban las últimas caricias, los últimos roces, los últimos momentos. Ella exuberante, alta, con personalidad al caminar suelta y sonreír. Portaba una falda roja arriba de la rodilla unos 25 centímetros. Le cubría sus partes pudendas. Era como una venda que le rodeaba sus nalgas y su cintura. Sus zapatillas con unos 12 centímetros de altura, eran incómodas y quizá ya sus pies hinchados, reclamaban lanzarlos por el aire, pero ella no perdía la figura, caminaba garbosa sin descuidar detalles de que con ello mareaba a los que pasaban cerca. Aunque la bolsa de mano la tomaba sin el estilo que acostumbran las damas que esperan. Ya la traía en su hombro derecho. Y no en el brazo derecho apuntando adelante, estirado como pidiendo limosna, pero con el puño cerrado. Quizá sentía que era una pasarela, por donde caminaba y todos los ojos de la gente a su derredor la observaban, pero ya cansada.
Sus ojos, manifestaban hastío. El rímel, corrido hacía verlos, un poco grotescos, desfigurados y con el delineador con cortes. Sus pestañas postizas, alicaídas, pero aún en su lugar. Su sonrisa era forzada. Se observaba que sólo quería salir de ahí, rápido y regresar a su área de confort, en su departamento, vecindad o cuarto de azotea.
Salió de un callejón largo, donde al fondo se miraban casas viejas, de condominios ajados, a la boca calle. Allá por la zona de Llano Largo, en Acapulco, Guerrero, México. Para la hora, que era, se entendía que se le hizo tarde. Debió quedarse dormida y cuando dio cuenta, saltó de la cama, para terminar lo que había empezado en la noche larga de Acapulco. La cenicienta había perdido su carroza.
Yo esperaba a mi dama, quien había ido a tomarse un licuado, de esos digestivos, que ahora entran en moda y que se consumen en los nutrilights. Recargado en el auto, la vi de soslayo cuando pasó cerca de mí. Sus contoneos y contornos, marcaban unos kilos de más. Ella ni en cuenta. Salerosa deslizaba su cuerpo por las baldosas, golpeando sus tacones contra el suelo. Ya atrás había quedado ese andar como en algodones. La fiesta había terminado y quería salir de ahí.
Su acompañante, le tomó la mano y ella se despidió sin más. Cruzó la calle y él quedó parado. Cuando llegó a la otra acera, luego de cruzar la calle de doble carril, se detuvo atrás de una camioneta y la vi recargarse. Volteó hacia los lados, se quitó las zapatillas, las metió en su bolso, sacó una chanclas y de inmediato caminó, para perderse entre la gente. Volvía a la vida, común.
No había ella caminado unos 30 metros, cuando escucho un chirrido de llantas, veo a dos sujetos bajarse de una camioneta, tomarla de sus brazos y en vilo, subirla a la unidad. Quiso gritar. No pudo. Quedó paralizada. La gente veía la acción, pero no reaccionaba. No la defendió. Cuando los sujetos se retiraban, la gente siguió haciendo lo que estaban haciendo segundos antes. Su vida.
La muerte acecha las conciencias.
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